lunes, 30 de mayo de 2011

Sorpresas en el Valle del Cocora

Sorpresas en el Valle del Cocora


Detrás de la belleza de Salento se asoma el valle del Cocora, un paisaje dibujado sobre un lienzo natural traspasado aquí y allá por infinidad de altivas palmas de cera en proceso de recuperación.

A 1.835 metros, la cabecera hace de balcón sobre parte del extenso territorio quindiano. De ella se desprende una carretera que en segundos revela uno de los parajes más llamativos de la región, un valle que termina en las estribaciones de la cordillera Central, por donde se puede caminar por distintos senderos, algunos hasta el Parque Nacional Natural Los Nevados.

"Son unos 20 cada día", dice Óscar Restrepo, un paisano que hace de guía oficial, para referirse a los foráneos, en su mayoría jóvenes, que llegan al Cocora a extasiarse con la naturaleza así, como es vox populi, aprovechen para otras andanzas.

Un grupo de tres mujeres y un joven extranjeros cruza el puente sobre el río Quindío, que nace arriba en las estribaciones de la cordillera, y se pierde por uno de los senderos tras ondear sus manos.

La carretera de 11 kilómetros, pavimentada, termina en una serie de restaurantes que acogen al visitante en un valle en donde el viento es invitado de honor para soplar y entumir los huesos. Llovizna y una pareja de turistas extranjeros lo soportan a la espera de un Willys que por 3.000 pesos los regresará a Salento, un poblado hoy lleno de alojamientos de toda condición.

Luz Estela Rodríguez, en Valle Hebrón, acogedor restaurante a 2.300 metros sobre el nivel del mar en el que un tinto caliente devuelve la esperanza, recuerda que hace años, de pequeña, se sentía más frío en el valle. "Teníamos los cachetes colorados y usaba una ruana de bolitas", dice sonriente. Hoy ya no, aunque el frío de las últimas semanas le ha hecho volver al pasado.

No es el clima lo único que ha cambiado en Cocora. La palma de cera Ceroxilum quindiense , árbol nacional y emblema de Colombia, florece de nuevo gracias a programas de protección y repoblamiento, en uno de los cuales colabora Valle Hebrón.

No ha desaparecido, sin embargo, de la lista de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza que aún la considera en estado vulnerable

Dos veces al mes acuden los Guerreros de la Palma, niños que colaboran en el cuidado de las plantas y en la propagación de la palma. Cada una tarda año y medio en germinar; luego, durante unos 15 años emite hojas en el suelo, para de ahí continuar con su desarrollo. A los 30 o 40 años ya es adulta y puede pasar de los 100 años, alcanzando alturas de hasta 60 metros, por lo que diversos textos pregonan que es la más alta del mundo.

La palma es además el único hogar del loro orejiamarillo, que se encontraba en peligro crítico de extinción, pero se logró incrementar la población en los últimos años con la protección constante de algunas fundaciones ambientalistas, como Proaves. El loro no abunda en estos parajes donde el viento silba extasiado, aunque a veces se deja ver.

El árbol es presionado por los católicos en Semana Santa, que abortan su crecimiento arrancándole las hojas, y por el ganado que lo devora con gusto cuando no se protege, lo que se logra con corredores de 5 metros.

Diego Fernando Delgado, funcionario de la Corporación Autónoma Regional del Quindío en una caseta en la puerta del valle, cree que para manejar Cocora, que con todo Salento es parte del Distrito de Manejo Especial en la zona de amortiguación de Los Nevados, se requiere un plan de manejo turístico que garantice la mejor conservación y aclarar los alcances de la zona, en donde se mezcla la actividad productiva con la preservación del medio ambiente y sus recursos naturales. Una ganadería que, según Luz Estela, ha contenido su expansión mediante trabajo con la Red de Reservas de la Sociedad Civil, y un cultivo de papa que para Delgado todavía sigue monte arriba en busca de frío.

El calentamiento de la región no ha hecho mella conocida en la vegetación y la palma mantiene su ritmo de crecimiento normal.

Tras dejar el área de restaurantes la carretera continúa unos 300 metros. El río Quindío, brioso en invierno, la ataja. Los paseantes cruzan el puente de tabla y se alistan para subir a los 2.700 metros, donde otro mirador deja ver que quizás no todo en este planeta está perdido. Allí los colibríes revolotean gustosos.

La bruma, impulsada como por un ventilador oculto, cubre palmas aquí y allá, y las montañas juegan a las escondidas. Cocora respira y vive. 

» Contexto

La visita ocasional de los pumas

En ocasiones hasta la zona de restaurantes y albergues han bajado pumas, una vez con dos cachorros, cuenta Luz Elena Rodríguez. Lo que para muchos es motivo de exaltación y recordación, sugiere que estos felinos están siendo desplazados de las zonas más altas o que a veces escasea su comida.

Una razón para estudiar la situación en toda la región.

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